Alejandro Zambra, Bonsái.

Bonsái es la primera novela publicada por Zambra. También fue la primera que escribió. Antes, se había dedicado a la poesía y, de hecho, había publicado dos libros: Bahía Inútil y Mudanza. Pero de eso, yo no sabía nada. De hecho, de la publicación de la primera novela me enteré bastante más tarde, cuando leí en la Revista Ñ una nota que Diego Erlan le realizó en 2008, Zambra ya había publicado La vida privada de los árboles y estaba por participar en el Primer Encuentro de Crítica y Medios de Comunicación organizado por el gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

Así fue como conocí a Zambra, un escritor que hablaba de crítica literaria. Y claro, cómo no hacerlo si, decía la nota, él era profesor de literatura en la Universidad Diego Portales y, además, colaboraba con reseñas y críticas para distintos medios periodísticos tanto de su país como de España. Unos años más tarde, algunas de esas tareas conformarían el corpus de su libro No leer que en Argentina publicaría la Editorial Excursiones de Sol Echeverría.

Pero no fue su reflexión sobre la función de la crítica literaria, ni que citara Borges —«[El arte] es la inminencia de una revelación que no se produce»— o que haya descrito una moda estúpida en la que yo también alguna vez caí — «[...] tener árboles bonsai (sic) en las casas. "Algo ridículo porque el bonsai es frágil y siempre se mueren en las manos de quienes lo compran"»; sino un párrafo, el primer párrafo de su libro, siete líneas que ya prometían que el libro iba a gustarme:

«Al final ella muere y él se queda solo, aunque en realidad se había quedo solo varios años antes de la muerte de ella, de Emilia. Pongamos que ella se llama o se llamaba Emilia y que él se llama, se llamaba y se sigue llamando Julio. Julio y Emilia. Al final Emilia muere y Julio no muere. El resto es literatura...»

Así empezaba la novela. La historia era eso. El resto, literatura. ¿Qué implicaba esa frase? ¿Qué dejaba dicho en esa breve frase? En ese momento no lo supe, pero quería leer esa novela. La encontré, la leí, me apasionó. El uso del lenguaje, la síntesis, las imágenes, todo parecía tan hermoso y artesanal.

Años más tarde, leí en una entrevista que le realizaran para Página|12 en la que Zambra decía «[...]me permití contar una historia aunque desconfiaba mucho porque me preguntaba qué validez tiene contar una historia, a quién le interesa realmente». Entonces, Silvina Friera:

–¿Encontró una respuesta sobre la validez que tiene contar una historia?

–Hace diez años, los que estudiábamos literatura asumimos muchas modas teóricas que tenían que ver con la ausencia absoluta de significado, la mera proliferación de las imágenes, la falta de una esencia. Si alguien creía en Dios, era considerado inmediatamente un imbécil. Yo adhería a eso inconscientemente, pero seguía buscando; todos sabíamos que no había nada, pero buscábamos. La imagen final del tipo mirando cómo crece un bonsái, esperando que tome cierta forma, tenía que ver con la posibilidad de este libro, que era una posibilidad paródica, porque finalmente es muy difícil hablar en un momento en que se confía más en la desconfianza que en la confianza.

–¿Por qué tiene “prestigio” la desconfianza?

–Creo que es un error. No me siento demasiado capaz de contar historias, no me siento seguro al momento de hacerlo. Hay una frase de Derrida, que leí hace mucho tiempo y que decía: “Nunca he sabido contar una historia”. Por supuesto que él se refiere a otra cosa, pero a mí esa frase se me hizo muy familiar. Al escribir Bonsái recuperé una cierta confianza en lo referencial, por así decirlo. La novela refiere un momento de los años ’80 en que estábamos encerrados y protegidos en un mundo que se caía a pedazos.

Yo, en este texto, estoy tratando de contar la historia de cómo conocí a Zambra o, mejor dicho, a su prosa —a sus versos, los conozco por referencia y nunca le he prestado la debida atención, soy afecto a la poesía, pero no a leerla de la pantalla. Quizás lo hago porque no quiero reconocer o no quiero decir directamente que cuando leo a Zambra me siento tocado por sus personajes, por su voz clasemediera, por su voz de hijo de chilenos, por su historia con la literatura argentina y con los libros en general. De hecho, hay una entrevista que dio a El País de España en la que cuánta por qué se dedicó a estudiar literatura y es el mismo motivo que tuve yo: un muchacho críado en una familia que pensaba que comprar libros era malgastar el dinero:

«—Tenía claro que quería estudiar Literatura. Quería leer, y estudiar Literatura me parecía casi una estrategia para poder seguir leyendo».

Quizás escribo esto y releo todo el material que tengo de Zambra porque todavía no pude acceder a su último libro, su primer libros de cuentos Mis Documentos.

Alejandro Zambra (2006) Bonsái. Barcelona: Anagrama, 13.

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